viernes, 27 de diciembre de 2013

Antítesis.

Un día te despiertas y miras hacia atrás, y entonces te das cuenta. Te das cuenta de que mereció la pena sufrir por amor. Porque no es amor si no duele, y quizás la perspectiva de correr el riesgo sea lo que lo convierte en algo peligrosamente adictivo. Te das cuenta de que hay un más allá, pero que no es tan fácil dejar a un lado las excusas: a veces creo que no sabríamos vivir de otra forma. Y de que perdonar no significa olvidar todas esas pequeñas cosas que un día sostuvieron los cimientos de nuestro propio mundo. Un mundo frágil, como el amor que dura poco, pero que es para siempre. No pasará un día en el que no te preguntes “¿por qué?”: Esa es tu condena. Un día te das cuenta, y es terrible. Porque ya es demasiado tarde. Que siempre seremos nuestras promesas, pero nunca podremos cumplirlas. Que fue bonito vibrar en su misma frecuencia, hasta que nos robaron las ondas. La vida no podría ser más cruel.

¿Pero sabéis?

Un día te despiertas y miras hacia atrás, y entonces te das cuenta. Te das cuenta de que su recuerdo ya no hiere. De que tus insomnios ya no llevan su nombre, porque de nuevo hay alguien que te ha hecho soñar. Russian Red suena de fondo a todas horas, quizás porque no te recuerda a nadie más que a ella. Y en adelante, no podrás olvidar sus ojos ni su sonrisa. No podrás hablar con ella sin que te salga esa mueca estúpida y empieces a decir tonterías. Y por supuesto, no habrá día en que no desees volver a verla, porque ella es la respuesta a todas tus preguntas. Esa es tu condena. Un día te das cuenta, y es precioso. Porque nunca es demasiado  tarde. Cuando te enamoras, es como si todo ocurriese en el momento en el que se supone que debe hacerlo. Aunque no siempre salga bien. Aunque sea invierno. Su nombre es Esperanza. La vida no podría ser más maravillosa.



sábado, 14 de diciembre de 2013

Esperanza.

Espero que me disculpéis por tener esto relativamente abandonado, pero últimamente estoy más liado que de costumbre. Ni siquiera hoy tengo mucho tiempo para escribir, pero siento la necesidad de compartir con vosotros esta historia que habla de alguien que no me puedo sacar de la cabeza. Creo que lo mejor será mantener su verdadero nombre en el anonimato por el momento. Bien, allá va:

No hace mucho tiempo desde que conocí a Esperanza de casualidad, como no podía ocurrir de otra forma. ¿Acaso las mejores cosas de la vida no suceden por puro azar? Aunque todavía no sé casi nada sobre ella, sí sé que el resto del mundo desaparecía a su alrededor. Y juro que era preciosa, realmente preciosa. Esperanza brillaba con luz propia: su sonrisa enmudecía las calles y encendía mis mejillas. Cada vez que ella me mira no me salen las palabras y me siento tremendamente pequeño a su lado. Pero aún así, sonríe, tímida, y se vuelve todavía más hermosa. ¿Se dará cuenta de que le hablo con el corazón? No era mía, pero me moría por ser suyo y gritarle al mundo que se parase, que ya se encargaría el tiempo de hacernos felices.

Porque Esperanza lo cambió todo: ella representaba un futuro y las ganas de luchar por él. ¿Sabéis? Puede que enamorarse sea peligroso, pero cuando tienes la oportunidad de sentirlo de verdad, es la sensación más bonita del mundo. ¿Donde estuviste todo este tiempo? ¿Por qué cada vez que te miro me deja de llover por dentro? ¿Por qué tú? ¿Por qué yo? Y sobre todo, ¿por qué no nosotros? Lo sé, son demasiadas preguntas, y por desgracia nada de lo que pueda escribir aquí hará justicia a lo que realmente creo que empiezo a sentir por ella en estos momentos. Pero esta vez no tengo miedo. Después de tanto tiempo cerrándole las puertas a las oportunidades, tan solo necesitaba una prueba para volver a creer.

Prometí no volver a cantar sobre el amor. Pero cariño, tú eres mi única excepción. And I'm on my way to believing.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Esta es nuestra historia

Esta es la historia del día en el que finalmente sucumbí al abismo. De cuando me lancé por el precipicio y me ahogué en la canción más bonita de mi vida. De cómo mis dedos se perdían por su espalda mientras que sus labios me mordían todos mis miedos. De cómo mi alma se hizo esclava de su mirada, quedando para siempre atrapada entre los barrotes de sus pestañas.

Esta es la historia de cómo una historia se convirtió en un sueño infinito. De las cien veces que contábamos estrellas y de las mil veces que conseguiste eclipsar su belleza. Es una historia de magia, de música, de poesía. También de rutina: de tus buenos días y de sonreír cada vez que dabas la vuelta a la esquina. De acostumbrarme a amarte cuando dormías, y que cada mañana volviese a empezar la primavera.

Sin embargo, esta también es la historia de cuando ella dejó de sonreír por mí. De cuando me di cuenta de que me faltaba su oxígeno para seguir respirando. De cómo lamenté cada día que enterramos del presente en “para siempres” que se desvanecieron como el humo en una noche de noviembre. Y que fue entonces cuando comprendí lo vulnerables que podemos llegar a ser cuando nos rompen lo más bonito que tenemos.

En definitiva, esta es nuestra historia, aunque a ti seguramente ya se te haya olvidado. Y es una historia como nosotros: de contradicción y de heridas. Porque sí. Porque te quería incluso en las despedidas. Porque la decepción es el precio que pagamos cuando intentamos abrazar el cielo.


Ojalá nunca tuviésemos que volver a pasar por esto.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Túneles.

Te fuiste, pero nunca has dejado de estar. Te olvidé, pero nunca dejé de recordarte. Así es un poco mi vida: cosas a medias, piezas que no encajan, cartas dirigidas a nadie. Palabras y frases sueltas que ya no significan nada, porque esa luz que daba sentido a todo cada día es más débil. Que tal vez me perdí por el camino solo para ver si alguien me encontraba, pero las calles siguen siendo extrañas, vacías y dolorosamente silenciosas. Y cada día anochece más temprano y aumentan las ganas de ahogarse por dentro, en silencio.

Y seremos, de nuevo, invierno en nuestros ojos. Esperanzas escarchadas que pintarán las cicatrices del color gris de las nubes. Sueños rotos que lloverán en alguna tarde de domingo. Que hay luz al final del túnel, pero más allá solo hay más y más túnel. La vida no entiende de monotonías ni de sueños que duermen bajo tierra. Demasiadas preguntas que flotan, y tal vez la respuesta no esté en el viento, después de todo. Tal vez alguien, allí afuera, realmente nos espera para dejarle que nos salve. A veces de tanto mirar a lo lejos se nos escapa la verdadera felicidad que se esconde delante de nuestras narices. No pedimos ayuda: solo necesitamos que alguien pueda detenerse para comprender lo que nos pasa.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Show must go on.

Ella era especial, porque creía que yo era especial. Porque me hacía creer que yo era especial. Que era importante. Qué sé yo. El caso es que me lo terminé creyendo, y esa fue mi perdición. Pudimos habernos quedado en una bonita anécdota, en un paseo por el parque o una foto cualquiera un sábado por la tarde. Sin duda, la vida habría seguido igual de gris y aburrida, pero sin que todo quemase por dentro. Y por paradójico que parezca, aquellos días que más duelen son los que me siguen sacando las mejores sonrisas. Recuerdo algo de lo último que nos cantó Freddie Mercury antes de que su voz se apagase para siempre: "Inside my heart is breaking, my make up may be flaking but my smile still stays on". Así es un poco la vida: el truco está en aprender a sobrevivir. Y a sonreír, porque al fin y al cabo, el mundo no tiene la culpa de lo que nos pase por dentro.

Sé que no vas a dejar de brillar en el centro de mi universo. También sé que, probablemente, ahora tu luz esté haciendo tremendamente feliz a otra persona. Que la gente aún se gira y murmura cuando me ve caminar solo: “¿qué habrá sido de aquella chica que le hacía tan feliz?”. No es una larga historia. Simplemente, ellos nunca lo entenderán. Lo nuestro, quiero decir. Así que adelante, cariño. Dispara, que yo ya estoy muerto. Y lo que está muerto no puede morir. Por primera vez, no tengo nada que perder. Sonrío. El show debe continuar.




miércoles, 6 de noviembre de 2013

Soñar despierto

Y ese día comprendí que hay algunos besos que no son más que distancia. Pesan, agotan, matan. Nos hacen darnos cuenta de que hay algo ahí dentro que lleva agonizando lentamente durante mucho tiempo y que empieza a doler demasiado. Nunca he podido querido aceptar que la vida real no entiende de finales felices. Hay despedidas, como las nuestras, que terminan con puntos suspensivos, como el humo desvaneciéndose en el aire entre miles de preguntas que nadie vendrá a responder. Y ese día, la ciudad se me quedó tremendamente grande y vacía. Como mi vida.

Pero bueno, después de refugiarme cien veces en el pasado y toparme en miles de ellas con el presente, supongo que la única opción es resignarme a avanzar hacia delante y pensarte desde la lejanía. ¿Qué queréis que haga? Ni siquiera los kilómetros son capaces de difuminar algunos recuerdos, de apagar mis incendios y salvarme cada vez que me ahogo entre la tormenta. Será que la vida nos cambia. Que ni tú ni yo somos los mismos. Que te quise demasiado pero nunca te olvidé lo suficiente. ¿Sabéis? Después de tanto tiempo buscándola con urgencia he aprendido que vivir y morir por ella no son cosas tan distintas, después de todo. Y sé que es irónico, pero las mejores noches en vela fueron aquellas en las que me hacía soñar.

Hace mucho que olvidé cómo era eso de soñar despierto, pero creo que debía parecerse mucho a volar. Sin paracaídas.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Detalles

Ella llegó en noviembre, cuando ya nadie la esperaba. Y con ella, el otoño volvió a vestir las calles grises con sus mejores colores, y hasta los atardeceres volvieron a ser casi tan mágicos como aquellas imágenes que aún permanecen, borrosas, en mi memoria. Podría deciros miles de cosas sobre ella: por ejemplo, no tenía los ojos más bonitos del mundo, pero cada vez que me miraba me hacía sentir como en casa. Tampoco tenía una sonrisa perfecta, pero por sí sola era capaz de poner un poco de luz hasta en esos días en los que llovía más fuerte. No sé, al final te das cuenta de que son esos pequeños detalles los que marcan la diferencia. Es una sensación especial: cuando te han roto tantas veces, se parece bastante a esos tiempos en los que todavía estás entero y no piensas tanto en escapar muy lejos de aquí, a cualquier lugar donde no te puedan alcanzar las espinas de la memoria. Pero yo no pude huir, o no supe hacerlo del todo bien. Inconscientemente, una parte de mí prefirió quedarse en la sombra, sufriendo en silencio, aparentando por fuera que todo estaba en orden. Y las consecuencias fueron desastrosas. Sigo escribiendo por las noches, y eso es una mala noticia. Quizás la peor de todas.


¿Qué le vamos a hacer? Se me da terriblemente mal olvidar(te).

jueves, 31 de octubre de 2013

Salida de emergencia

Aún confío en que algún día puedas quieras leerme, desde dondequiera que estés ahora. Y comprenderás que todas estas parrafadas, que de alguna manera o de otra te pertenecen, no son más que una salida de emergencia: un vano intento de volver a colarme en tu existencia para poder acariciarte desde la distancia. Ahora no somos más que dos silencios incómodos y ese eco infinito que aún tiene tu voz, tu sonrisa y tu presencia. Todos mis silencios me acaban hablando de ti. El tiempo se ha encargado de crear muros muy altos sin ventanas para hacer que todo duela menos, pero en mi cabeza no pasan los años: seguimos siendo esos dos adolescentes que lo apostaron todo al color equivocado y acabaron jugando a autodestruirse: el accidente más trágico y hermoso de nuestras vidas. Al menos es el último recuerdo de la última vez que estuve realmente vivo. ¿Acaso fuimos algo más que una bonita casualidad? Quiero pensar que sí, pero que coincidimos en el momento equivocado. Es la única explicación que me mantiene con vida. La última esperanza a la que agarrarme. Y quién sabe, quizás algún día puedas perdonarme por no ser todo eso que esperabas de mí. Yo me enamoré de un imposible y tú de un completo desastre. La diferencia es que tú escapaste y yo me quedé a vivir con la catástrofe.

Demasiado tiempo comprimiendo sentimientos que un día acabarán estallando si nadie viene a salvarme. Demasiado tiempo haciéndome las mismas preguntas, saboreando la odiosa realidad e inventando lugares mejores. Últimamente todo escuece más que de costumbre. Será que se acerca el invierno.

lunes, 28 de octubre de 2013

"Tenemos que hablar"

Y cuando desperté del sueño, ya era demasiado tarde. Me di cuenta desde el primer día en que te dejaron de brillar los ojos cuando me mirabas; desde que dejaste de correr hacia mí para abrazarme cuando nos encontrábamos. Y tu sonrisa, que era lo único que me mantenía con vida, empezó a llegar con cuentagotas hasta convertirse en una mera anécdota. Derrochamos la magia: nos prometimos que sería para siempre y acabamos pidiendo la hora. 

"Cariño, tenemos que hablar" La crónica de una muerte anunciada. Y mientras hablabas, ni tú ni yo éramos los mismos. Cada palabra caía como un martillazo sobre mi alma, enviándome a miles de kilómetros de ti, de nosotros. La nostalgia me apretaba el cuello, y pese a que prometí ser el más fuerte de los dos, aquel día me derrumbé por completo. No pude evitar sentir que las cosas habían cambiado, que la felicidad también tenía letra pequeña. Seguramente seríamos más felices si aceptásemos que muchas historias terminan, a veces, sin que nada tenga mucho sentido. Pero, ¿cómo vamos a aceptar que hemos perdido algo tan grande en tan poco tiempo? Y aunque nos digan que debemos salir adelante y avanzar, ¿adónde vamos? Ahora ya no hay un camino marcado. Ni siquiera una señal que me diga a dónde demonios se supone que tengo que ir. Cuando paseas solo bajo la lluvia, todas las calles son igual de grandes y grises. Me siento tremendamente pequeño. Perdido en un mundo que ya no es el mío.

sábado, 26 de octubre de 2013

Caer con estilo

Dicen que la mirada es el espejo del alma, aunque a veces las ojeras también saben hablar del interior de las personas. ¿Os habéis fijado en las mías? Es en ellas donde guardo mi colección privada de noches de insomnio. La poesía no nace de espíritus alegres. Aquí, mientras tanto, los recuerdos se van difuminando poco a poco, cogiendo polvo, adquiriendo esos tonos grises que tanto se parecen a algunas tardes de invierno. Y así van pasando los días y las semanas, pero mi cama sigue siendo la misma. Igual de desastrada que el día en que te fuiste, solo que hace mucho tiempo que ya no huele a ti. Supongo que los que os hayáis enamorado alguna vez entenderéis lo que digo. Y no hablo de cualquier aventura pasajera: me refiero a cuando os enamorasteis de verdad. Cuando los atardeceres de otoño dejaron de ser solo atardeceres para convertirse en una de las cosas más bonitas y perfectas del mundo. 

¿Sabéis? Ha pasado el tiempo, y quizás ya no recuerde con claridad muchas de las cosas de entonces, pero podría hablaros de cada una de aquellas puestas de sol a su lado: os aseguro que no había ninguna capaz de eclipsar su presencia. Pero hasta en los mejores atardeceres acaba haciéndose de noche: así de mal nos trata la vida. Nadie te dice que la distancia y el olvido acaban siendo una misma cosa. Nadie te avisa de que jamás podrás salir vivo sin llevarte alguna que otra cicatriz de recuerdo. Ni que en el amor no todo es aprender a volar: también es aprender a caer con estilo cuando un buen día te acaban cortando las alas. Y cuando caigas, cuando te rompas, ¿quién podrá salvarte? Hoy la herida es fea, pero el día que se cierre llevará escrito tu nombre. Y solo por eso, será la cicatriz más hermosa de todas.

lunes, 21 de octubre de 2013

Socorro

No sé si de verdad, muy de vez en cuando, es cierto que aún me buscas, o soy yo que vivo demasiado obsesionado en encontrarte más allá de mis recuerdos. Es una odiosa paranoia; una frustración constante que me persigue como una sombra alargada. Algo así como: "maldita sea, te juro que intento olvidarte, pero cada vez que suena esa canción en la radio vuelvo a derrumbarme". ¿No lo entiendes, pequeña? “we used to stick together, we wrote our names in blood…but now, we’re not the same”. La verdad es que hace mucho que ya no somos los mismos. Probablemente ni siquiera uses el mismo perfume, ese que tanto me gustaba. ¿Y sabes qué? A pesar de todo, no hay día que no desee encontrarte al doblar alguna esquina, para que la vida vuelva a juntarnos y, de alguna manera, volver a ser algo, Dios sabe qué. Tal vez solo dos personas que puedan compartir algo tan simple como un café o una buena conversación, como esas que nunca tuvimos cuando estábamos ocupados en arreglar algo que se caía por su propio peso.

Y decidme: ¿merece la pena seguir muriendo por ella? Creo que nunca obtendré una respuesta. Las respuestas no siempre llegan cuando uno las necesita, y a veces la única respuesta posible es quedarse esperando, si es que el tiempo no acaba antes con nosotros. Así que si por alguna remota casualidad alguna vez me leyeses, esto no es más que otra carta de socorro. Es muy sencillo: los dos sabemos que solo tú puedes salvarme de nuevo. No me odies por ello, ya me encargo yo de eso todas las noches.


Ya lo sabes: si todavía soy, por lo menos, un pequeño recuerdo difuso que aparece de vez en cuando en alguno de tus sueños, llámame. Sigo al otro lado del teléfono. Después de esperarte toda una vida, unos pocos meses más no me parecen gran cosa.

domingo, 20 de octubre de 2013

November rain

Aquel día llovía. Y en algún lugar, un reloj marcaba, de forma implacable, el paso de las horas. Alguien volvía a llegar tarde al otro lado de la calle. "Ella vendrá", me dije. Aunque fuese importante para mí, en esa ocasión no me arreglé mucho: la perspectiva de empapar la ropa bonita nunca me ha atraído lo más mínimo. Abrí la puerta principal y, de inmediato, sentí la fina llovizna sobre mi rostro. Mojándome, mezclándose con el sudor, diluyéndolo todo: el miedo, la rabia, el dolor. Recuerdo que aquella fue una de las sensaciones más placenteras de mi vida. Y cuando parecía que nada podría romper la magia del momento, apareció ella. Única e inconfundible. Era una de esas personas capaces de brillar con luz propia y eclipsar todo lo que tienen a su alrededor. Y por un momento, fue como si dejase de llover.

Nuestras miradas se cruzaron unos segundos que duraron una eternidad, como unos trescientos años. Veréis, no estoy acostumbrado a que me apunten con una mirada, y menos con unos ojos tan peculiares como los suyos. Esa clase de ojos que hacen que un hombre empiece a decir estupideces. Y allí estaba yo, mirándolos. Error. Demasiado tarde. Supongo que enamorarse de quien no debes tiene que ser algo parecido a que te disparen. O al menos, acaba siendo una forma bonita y cruel de morir. "No cambies nunca", me dijo. Y desapareció dejándome, de nuevo, solo y calado hasta los huesos, con la lluvia de noviembre como única compañera.


“Nothing lasts forever, and we both know hearts can change.”




jueves, 17 de octubre de 2013

Disparos

Sucedió en una noche de otoño.

No recuerdo mucho de lo que pasó después del tiroteo. Pudiste haber muerto al instante, pero no: la pistola estaba en tus manos; y cuando quise darme cuenta, mi corazón estaba lleno de agujeros. Disparaste primero, silenciosa y precisa. ¿Cuántas veces lo habrías hecho antes? Todavía salía humo del cañón cuando te giraste sin decirme adiós. Y, mientras agonizaba en medio de la calle, intenté decirte: “vuelve”. Pero no pude decir nada. Se me deshacían las palabras en la garganta, sin poder hacer mucho más que gritar en silencio. Supongo que cuando te estás rompiendo en pedazos no te apetece hablar demasiado. Lo único que quieres es que pase el tiempo, y que pase muy rápido.

¿Y sabéis qué? Aquel día no me morí del todo. Parece que la vida quiso que aprendiese a curarme las heridas: a dejar de vivir y empezar a sobrevivir, aunque con el tiempo me estoy dando cuenta de que esto tampoco se me da precisamente bien. Y es curioso, pero lo que realmente aprendí esa noche es que no puedes pretender ganar una batalla y dejarte las armas en casa. Aunque tu única arma sea el amor. Porque cuando todo está oscuro, hasta los silencios te apuñalan por la espalda, y entonces vuelves a sangrar. Ya lo veis, casi pagué la novatada con mi vida, a pesar de que sin ella tampoco merecía la pena. Y mucho me temo que seguiré tropezando demasiadas veces con la misma piedra.

Qué le vamos a hacer. Hay días en los que te sientes más humano que de costumbre. Y es como sentirse vivo de nuevo.

martes, 15 de octubre de 2013

(Des)esperanza

¿Sabéis? Me he dado cuenta de que la palabra “esperanza” se parece demasiado a “esperar”, y que “desesperanza” se parece todavía más a desesperar. Más bien, a desesperarnos por alguien. Pero al final te acabas acostumbrando. Del mismo modo que me he acostumbrado a estar incompleto: frío por las mañanas, por las tardes y por las noches. A taparme con mis mantas y mis excusas, y que éstas siempre me dejen los pies helados.  Pronto aprendí a recitar de memoria mis oraciones favoritas: “estoy bien”, “solo es una mala racha”, “el mundo está lleno de chicas maravillosas”. Y tú no volverás, pero tampoco dejarás de irte nunca, aunque eso ya lo sabías desde el primer día. Y bueno, ahora solo nos queda cruzarnos de vez en cuando, en alguna acera, y sonreírnos como solo saben hacerlo dos perfectos desconocidos. Lanzar la moneda,  aguantar la espera y perder como siempre: maldita sea, todavía me sigo ahogando.

No tengo remedio: nunca se me dio bien fingir y hacer como si nada me importase. Conmigo no funciona el maquillaje. A veces pienso que pasé demasiado pronto a ser un extraño, y cuando empecé a caer no me dio tiempo ni de ponerme el cinturón de seguridad. Nadie me avisó de que el amor no llevaba señales de peligro, ni que detrás de tus curvas había precipicios tan profundos.

El resultado ya lo conocéis: siniestro total y directo al desguace de los corazones rotos. A ver si nos arreglan, al menos, hasta que estemos preparados para volver a rompernos. Porque sufrir por alguien de nuevo, lo creáis o no, es una de las cosas más bonitas del mundo.

Orgullo

¿Qué te voy a contar que no sepas ya? Que nos equivocamos, cariño. Que el orgullo nos hizo fuertes, pero no felices. Y al final eso nos mató. Mejor dicho, me mató. Y desde entonces la vida ha sido como morir demasiadas veces: un poquito cada noche, un poquito cada mañana. Demasiados "game over", demasiados "try again" que, lejos de ser segundas oportunidades, eran como invitaciones a romperme otra vez, a seguir apostándolo todo al color equivocado. Ya he perdido la cuenta de los domingos que he malgastado mirando al techo mientras va oscureciendo, a ver si alguna vez apareces de nuevo por mi casa, o por mi vida, y jugamos a que somos felices otra vez. Nos burlaremos del pasado, sonreiremos como siempre y nos besaremos como nunca. Entonces yo cerraré los ojos y te abrazaré fuerte, por si se te ocurre desaparecer, de nuevo, para no volver.

Pero eso ya no pasará, ya no; y parece que tendré que aprender a enamorarme más despacio y a olvidar más deprisa ahora que se acerca de nuevo el invierno, aunque nunca haya llegado a irse del todo: realmente, aquí nunca dejó de llover. ¿Por qué la vida no trae tutoriales? Vivir es fácil; sobrevivir, no tanto. Siempre creí que algún día, de alguna forma, vendrías a salvarme de mí mismo. O de ti. Pero ya no. Hasta la esperanza, que dicen que es lo último que se pierde, parece que prefiere mirar hacia otro lado. No sé, pero creo que estoy condenado a recordarte y a escribirte algo de vez en cuando, a pesar de que nunca vayas a leer esto. Y la verdad, quizás sea mejor así.

domingo, 13 de octubre de 2013

Romeo and Juliet

Nunca pensabas en el mañana, porque siempre sabías lo que tocaba al día siguiente. Ración doble de ella para comer y para cenar. Como una canción de Mark Knopfler, tan predecible y a la vez tan perfecta. La rutina no parecía algo tan terrible como la pintaban ahí afuera. Y con ese pensamiento te dormías una noche. Y otra, y otra. Pero entonces un día te despiertas, y te das cuenta de que todo ha cambiado. Los rayos de sol se filtran por las rendijas de la persiana, la puerta está entreabierta, y tus cosas siguen en su sitio. Y sin embargo, todo ha quedado extrañamente fuera de lugar en tu vida, que es un poco como tu cama: desordenada, a medio hacer, llena de arrugas. Y ese día comprendes que todo es como siempre, pero nada es como antes. Que hace demasiado tiempo que nadie viene a darnos las buenas noches, ni nos llama para ver si finalmente hemos dejado de ahogarnos con el humo de sus recuerdos. Y ese día en que la viste siendo feliz con otra persona te das cuenta de que la distancia no siempre se mide en kilómetros: a veces unos pocos centímetros bastan para darse cuenta de que ella está tan lejos que probablemente no vuelva jamás.



¿Cómo podrás olvidarte algún día de su voz, si las paredes todavía susurran su nombre? ¿Cómo podrás olvidar su tacto, si cada noche sueñas como recorres de nuevo cada centímetro de su piel? Te quedaste a medias, como casi todo lo que has intentado en esta vida. Y cuando crees que por fin la has olvidado, te das cuenta de que se te siguen humedeciendo los ojos cada vez que suenan los primeros acordes de Romeo and Juliet. Como el primer día. 

Supongo que hay cosas que nunca cambian.


sábado, 12 de octubre de 2013

Estrellas fugaces.

Nunca había creído seriamente en los deseos. Y sin embargo, parecía como si al resto del mundo le encantase pedirlos: a las estrellas fugaces, a las tartas de cumpleaños...no sé, es como si al apagarse las velas fuese a venir esa persona que debería llenar nuestra vida de colores. O como si esos fragmentos cósmicos nos fuesen a devolver a ese alguien que un día se marchó muy lejos pero que, en realidad, nunca se fue a ninguna parte. Y es que algunos recuerdos separan tanto o más que cualquier kilómetro, y hay fotografías que hieren como cuchillos envenenados. Y no hace falta que os explique lo que se siente cuando alguien que iluminaba con luz propia vuestras vidas pasa a brillar, pero por su ausencia. Entonces intentamos aprender a maquillarnos y a parecer fuertes por fuera, aunque estemos sangrando por dentro, porque nadie en el mundo merece que le privemos de nuestra sonrisa. Y al final, a lo único que aprendemos es a vivir vestidos de orgullo e, inevitablemente, a acabar muriendo de soledad.

Ciertamente, nunca había creído seriamente en los deseos...ni en los milagros. Hasta el día en que la conocí. Y comprendí que los deseos, al igual que las estrellas, también son fugaces y efímeros. Tanto que, si te distraes unos segundos, desaparecen y ya nunca vuelven, por mucho que las sigamos esperando. ¿Será por eso que a la inspiración le encanta visitarme por las noches, rodeado de estrellas? Sé que en una entre tantas, ella todavía sigue brillando, aunque ya no sea para mí.


Y vosotros, ¿creéis en los deseos? A veces, cuesta no hacerlo.

viernes, 11 de octubre de 2013

Finales felices

Sucediste de repente. Así, sin buscarlo demasiado. Como las mejores (y las peores) cosas de la vida, que vienen cuando menos te lo esperas. Jamás olvidaré aquel día: yo estaba un poco nervioso; tú estabas un poco increíble. Llevabas puesta mi sonrisa favorita, la de los sábados por la tarde, demasiado perfecta para ser verdad. Parecía como si nadie en el cielo se enterase de que les faltaba un ángel; porque aunque no tuvieses alas, siempre he creído que esos ojos no podían ser de este mundo. ¿Qué más puedo decir? Me enamoré como un tonto, como si nunca antes me hubiesen roto. Como cuando creía ciegamente en la palabra "siempre" y escribía todas mis frases en primera persona del plural. Pero entonces llegaste tú, disparaste sin pedir permiso, y empezamos a jugar a ese tira y afloja, a ver quién de los dos se enamoraba primero. A ver quién era el que empezaba antes a morir poco a poco por el otro. O a hacerlo muy deprisa y lanzarse al vacío para no volver a morir desangrado. Es lo que tiene la felicidad: no piensas en ella hasta que te das cuenta de que tienes algo que perder. Entonces llegan las dudas, y es en ese momento cuando das el inevitable primer paso hacia el precipicio. Y qué sencilla sería la vida si no tuviésemos tanto miedo a lanzarnos por ellos sin mirar hacia abajo. Pero por desgracia, como en todos los juegos en los que hay vencedores y vencidos, uno de los dos ganó y el otro se quedó escribiendo por las noches, intentando volver a creer en los finales felices.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Soñando con imposibles

¿Oyes eso? Es el sonido del silencio: un simple eco que resuena en este cuerpo vacío. Y en lo más profundo, alguien sigue jugando a no perder la esperanza. Supongo que es esa parte masoquista de mi cabeza que nunca se muere del todo y espera, paciente, a que llegue alguien por quien merezca la pena volver a sufrir. Alguien que vuelva a convertir los centímetros en abismos, que pueda congelar el tiempo para que las noches ya no duelan. Alguien que vuelva a hacerme soñar despierto, volar sin despegar los pies del suelo, cantar en la ducha y reir hasta que duela.

Y esta vez sí, esta vez prometo tener más cuidado. No en vano, he aprendido la lección a base de coleccionar heridas que todavía nadie ha venido a curar. Porque he comprendido que todos necesitamos ponerle un sentido a eso que llamamos vida; una razón para sonreír por las mañanas y que parezca que no queramos huir muy lejos todos los días. Huir, de forma cobarde, incapaces de correr más que los recuerdos que nos persiguen y nos hacen daño. Porque no hiere la ausencia, sino ese vacío que deja y que nos mata por dentro, consumiéndonos muy lentamente. Y al final, terminaremos dando vueltas en la cama, mirando fotos antiguas y escuchando viejas canciones, a ver si así nos duele todo un poco menos. Haciéndonos las mismas preguntas de siempre, sin que venga nadie a responderlas. Nos damos cuenta de que se nos ha pasado el tiempo, y que eso era lo peor que nos podía pasar. ¿Nunca os habéis sentido así, con esa sensación de que no termináis de pasar página? No sé, a veces creo que estoy tan fuera de lugar en este mundo que siento que nunca entenderé nada de la vida. Ni del amor. Tal vez solo me pase a mí, que sigo soñando con imposibles. Y es triste, pero también es hermoso, a su manera.

martes, 8 de octubre de 2013

Viajes

“Ella desapareció en medio de una noche cualquiera de finales de otoño. Suavemente, cerrando la puerta, sin hacer mucho ruido. Y a pesar de todo, el golpe fue tan fuerte que me desmontó por completo. Por primera vez después de mucho tiempo, no se giró cuando me dijo adiós, y creo que ese fue el día en el que empecé a ahogarme de verdad. Y no sabría decir si, tantos meses después, finalmente he tocado fondo o sigo cayendo. La luz se ve ya tan lejana que he perdido la noción del tiempo, y el final del túnel queda tan atrás que ya da igual caer un poquito más. Ya no me importa pasarme otra noche sin dormir contando los amaneceres que nos hemos perdido este verano porque, al fin y al cabo, hemos perdido cosas más importantes por el camino. Como a nosotros mismos.”

¿Qué te voy a contar que no sepas ya? Ha llovido mucho, y muy fuerte, desde entonces. Pero también ha salido el sol, y los trenes han vuelto a pasar. Y esta es una de las cosas que hacen que la vida merezca la pena: que siempre hay alguno que para y te invita a subir, a quedarte. Ya dentro, me animas a sentarme a tu lado. Aunque seguramente no vayamos al mismo sitio, siempre es agradable encontrar un compañero de viaje para hablar de todo y de nada al mismo tiempo, supongo. Y entonces charlamos, reímos, y por un momento deja de ser invierno. Nos dejamos llevar, mientras me haces olvidar lo que pesan los silencios de madrugada, y nos miramos. ¿Ves cómo me brillan los ojos? La verdad es que no siempre ha sido así

Creo que ya te echo de menos, aunque todavía no te hayas ido. Pero algún día lo harás, y yo no podré hacer nada al respecto. Solo sonreír, como si el mundo no doliese. Por eso, a veces me atrevo a mirarte a los ojos y quiero decírtelo todo: que no importa donde vayas, que me bajo en tu parada. O que no te bajes nunca, a ver hasta donde llegamos. Y que gracias por salvarme, porque por una vez todo tiene sentido.


Ya ves, pequeña. Son tantas las cosas que tengo que decirte que probablemente saldrías corriendo. Así que, en vez de eso, me vas a permitir que te sonría, cierre los ojos y siga disfrutando del viaje. Y ni se te ocurra despertarme.

lunes, 7 de octubre de 2013

Crazy.

Ella me esperaba en la calle, en el banco de siempre. Como de costumbre, antes de llegar empecé a caminar más lentamente para admirarla de lejos: vestía de manera sencilla, pero esa tarde estaba especialmente radiante, como sus ojos. Me dedicó su sonrisa más dulce, y en ese momento se oyó un "crac", y fue como si todo el hielo del mundo se quebrase a la vez, aunque creo que esto último solo lo sentí yo.

Nos damos dos besos y empezamos a hablar de nuestras vidas, pero hace ya rato que no estoy en este mundo y apenas puedo entender lo que me quiere decir. Estoy demasiado ocupado memorizando cada uno de sus rasgos y ahogándome en la inmensidad de sus ojos (¿os he dicho ya lo preciosos que son?). Tengo miedo de no poder recordar esa sonrisa que tanto se empeña en esconder, aunque sé bien que jamás podré olvidarla, y eso, con el tiempo, terminará doliéndome demasiado.

Tomamos algo en una cafetería del centro de la ciudad. La tarde se nos pasa deprisa, las horas vuelan, y me quedo con la sensación de que todo es un poco igual contigo: que todo pasa demasiado rápido y tengo miedo de que nos quememos antes de hora. De fondo suena Crazy, de Aerosmith, y me gustaría poder cantártela al oído mientras me pides que me quede para siempre. Pero eso sería la perfección, y al novelista que escribió sobre mí no le debían gustar los finales felices, así que la vida me devuelve de golpe a la realidad y llega la hora de decirte adiós. Nos prometemos volver a vernos muy pronto, pero yo quiero que muy pronto sea ahora mismo y que volver a vernos sea para no perderte jamás.

Queda un largo camino hasta casa, así que me pongo los cascos y, benditas casualidades de la vida, vuelve a sonar esa canción. “…that kind of loving turns a man into a slave”. Y me siento como el color azul.




domingo, 6 de octubre de 2013

Distante y dolorosa

Eres perfecta. Música, poesía. Un amanecer en la playa, mi canción favorita. Pura energía, electricidad, mi chispa de la vida. Mi droga y mi medicina. Verano cuando me miras e invierno cuando te marchas. Un solo de guitarra, una balada triste de trompeta. Eres el silencio, cantar en la ducha, gritar cuando nadie escucha. Las noches eternas, sin ti más eternas. Eres mis miradas vacías, mis medias sonrisas. Mis dudas, tus manías. Piezas de un puzzle que no encajan. El cielo estrellado en una noche de fiesta. Una tarde de sábado, una película de risa, pizza y palomitas. Eres un beso bajo la lluvia, cien noches de insomnio y miles de preguntas sin respuesta. Unos versos de Neruda, escribir por las noches. Ponerle tu nombre a una estrella. Café muy caliente, cerveza muy fría. Eres el humor absurdo, el reírnos sin saber por qué. El tenerte cerca y el tenerte lejos. Protegerte del mundo y de nosotros mismos. Eres el amor cuando duele, que es el veneno más hermoso del mundo; pero también eres el amor cuando no duele: cálido y suave como la brisa marina. Sencillamente, lo eres todo. El paraíso cuando te miro a los ojos, el infierno cada vez que te marchas. Distante y dolorosa. Mi egoísta elegante.

sábado, 5 de octubre de 2013

No lo sé

No eres tú, soy yo. O igual si soy yo. Ya no lo sé. Solo sé que esta maldita cabeza se empeña en emborracharse de recuerdos, a pesar de que después de cada resaca promete no volver a mojarse los labios con ese peligroso cóctel que es tu recuerdo mezclado con las ganas de que vuelvas, me abraces, y me susurres al oído que no pasa nada, que todo está bien, que el mundo no está del revés. O de que no vuelvas nunca, y creer que nunca has existido y acabes siendo una mancha más de este mundo, que a veces se vuelve gris y lo estropea todo. No lo sé.

Ya ves, pequeña. Menudo caos. Aunque es un poco como mi vida. Huyendo de mis recuerdos, o mejor dicho, de tus recuerdos. Pero nunca puedo huir lo bastante lejos ni correr lo suficientemente rápido: al final, siempre me acaban alcanzando. Y entonces te odio, o me odio. No lo sé. Todo resulta muy confuso cada vez que me encierro en la habitación. Las paredes se vuelven enormes y el silencio se convierte en una forma preciosa de gritar. Y es genial, porque todo duele menos.

Entonces pido otra copa, a ver si me puedo ahogar en ella. Tal vez en el fondo pueda encontrar la esperanza que perdí en ese invierno, el cual parece que nunca termina de irse. O quizás encuentre uno de esos cientos de pequeños trozos que desaparecieron después de romperme tantas veces. Pero al fin y al cabo, ¿acaso ambas cosas no son lo mismo? 

Yo, la verdad, no lo sé.

jueves, 3 de octubre de 2013

Frágiles

Por alguna extraña razón, cada vez que suena el teléfono una pequeña parte de mí sigue esperando que seas tú. Sigue deseando descolgarlo y mantener esos eternos segundos de silencio cómplice, en el que no nos decíamos nada y nos lo decíamos todo. En los que sonreíamos, narcotizados, en ese juego de dos en el que ninguno deseaba terminar la llamada que nos mantenía enchufados a la vida. Y no me refiero a esa vida de papeles, caras largas y días grises, sino a esa otra que nos rescata, que nos salva. Donde los días son largos, pero las noches muy cortas.

Entonces padecemos de insomnio; pero no necesitamos ni beber para olvidar ni drogarnos para dormir. Nos zambullimos en ojalás y en finales felices en los que, a pesar de no existir, seguimos creyendo ciegamente porque nos hacen olvidar ese rincón de polvo en el que guardamos nuestros "juntos para siempre" en forma de fotografía. Pero inevitablemente, siempre acabamos volviendo a refugiarnos en ese sucio rincón. Y nos acurrucamos, mientras nos rodeamos las piernas con nuestros brazos sin dejar de repetir lo que tantas veces nos hemos prometido: "nunca más".

Y es triste, porque un día vuelven las mariposas y el vértigo. La chispa de la vida, que dirían algunos, aunque delgada es la línea que separa esa chispa de un fuego que, si bien calienta el alma, puede dejar hecho cenizas todo lo que encuentra a su paso. Y nos devoramos por dentro y llegan las dudas. Y maldecimos, y rabiamos. Y rompemos a llorar. Mejor dicho, nos rompemos al llorar. Nos hacemos añicos tan pequeños que cuando intentamos arreglarnos, siempre acabamos perdiendo alguno de los trozos. 

Y ya nada vuelve a ser como antes.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Miedo

Tengo miedo a los recuerdos. A que me atrapen mientras intento escapar de ellos. A los "¿por qué?" sin respuesta. A los días de lluvia, que son grises, pero especialmente a esos días en los que llueve por dentro. Tengo miedo a las paredes que gritan y a los espejos que acusan. A la soledad cuando abraza y te ahoga. A las miradas que, si se cruzan y no devuelven la sonrisa, pueden estropearlo todo. Miedo al abismo, al precipicio. A caer por él y no poder levantarme porque nunca llega el fondo. Miedo a esperar. A que mis murallas se derrumben como si fuesen castillos de arena. A que pase el tiempo, a que pasen las nubes y que no pase nada. A que se nos pase la noche, y sin darnos cuenta, se nos pase la vida. Temo a esos palmos que nos separan. A los trenes que se van y a esperar en la estación. A quedarnos a mitad del camino y darnos la vuelta sin decir adiós. A esos ojos preciosos que me sonríen, sin saber que pueden destruir un mundo débil, lleno de parches y remiendos. A las noches de insomnio en las que acabo soñando contigo. A que tus defectos se conviertan en la cosa más maravillosa del universo. Y además, asusta que ya no me duelas. Que la cicatriz se cierre y me pase la vida mirándola con indiferencia. A que ni tan siquiera seas un recuerdo. A haber escrito todo esto sin pensar en ti. Y eso si que es realmente terrible.
Pero sobre todo, me aterra tener preguntas para casi todo y no tener respuestas para casi nada. Aunque la vida es un poco así, supongo.


martes, 1 de octubre de 2013

Recuerdos

No sé a ciencia cierta si era muy pronto, o muy tarde. Si caía la noche, o despuntaba el alba. Las primeras luces del amanecer de un día de verano iban vistiendo suavemente la playa mientras las estrellas, que tantas veces habíamos contado aquella noche, desaparecían poco a poco.

Tú estabas radiante, preciosa. Perfecta. Los tímidos rayos de sol se bañaban plácidamente en tus mejillas y en tus ojos dormidos. Mientras tú, perdida en un sueño, sonreías. Quizás pensando en el resto del mundo, en esas tonterías sin importancia que son la salsa de la vida. O tal vez en nosotros, en todas aquellas cosas que no se dicen y, sin embargo, somos capaces de entender con un simple gesto.

Entonces, abriste los ojos y me miraste. Mantuve en mi retina unos segundos ese momento mágico en el que tus ojos sonreían, hablando de todo y de nada al mismo tiempo. Recuerdo que estaba nervioso, y deseé que ese instante fuese eterno. Pero tras unos segundos, apartamos la mirada y empezamos a reír sin saber muy bien por qué. 

Y, de repente, tu mano estaba cogida de la mía. Nos volvimos a mirar, deteniendo el tiempo. Entonces te pusiste muy seria y dijiste algo. Pero yo ya no escuchaba. Mis cinco sentidos se concentraban en ver cómo nos aproximábamos, derribando muros a cámara lenta, congelando el tiempo en una hermosa fotografía. Y por un instante, apagamos nuestros ojos y nos olvidamos de las palabras. 

Después de tanto tiempo, ya no recuerdo qué fue primero: si mi mano en tu cintura y tu cabeza sobre mi hombro, o ese torpe y delicado baile que fueron nuestros primeros besos, tímidos e inciertos. Pero muchas veces vuelvo a aquella playa, donde aún resuena el eco infinito de tu recuerdo. Cuando nadie mira, escribo tu nombre en la arena. Me gusta ver cómo, poco a poco, va desapareciendo. Si lo piensas, se parece mucho a nosotros. Y es que los recuerdos nunca mueren si podemos mantenerlos vivos de vez en cuando. Aunque se los lleve el viento. Y, solo por eso, sonrío.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Cicatrices

-Hola.
-¡Hola, cuánto tiempo! ¿Qué es de tu vida?
-Todo un poco como siempre. Aunque cada día sale el sol, siempre acaba nublándose.
-¿Por qué dices eso?
-Porque aunque nos prometimos mirar hacia delante, no paramos de echar la vista atrás.
-Eso no es cierto.
-Si que lo es. Y ese es el problema, que cada vez que nuestras miradas se cruzan en el pasado, donde antes hubo complicidad, sueños y promesas vacías, ahora solo hay un muro de ignorancia, indiferencia y olvido. Y el olvido es frío, y el invierno demasiado largo. 
-Has bebido.
-Llevo mucho tiempo sin beber.
-No te creo.
-Estoy borracho. Pero de recuerdos.
-Siempre haciéndote la víctima.
-No es compasión lo que quiero. Tampoco condescendencia. Solo quiero que la vida sea un poco más justa.
-Sigo sin entenderte.
-Mira, las cicatrices son para siempre. Pueden ser más o menos bonitas, pero cada una lleva un recuerdo dentro. Una experiencia que te recuerda dónde y cómo te la hiciste, y al mismo tiempo, es una advertencia para no tropezar de nuevo con la misma piedra. Y aunque yo he aprendido a ignorarla y a lucirla con orgullo, a veces sangra y lo deja todo hecho un asco.
-Me estás amargando la noche. Lo que pasó entre nosotros fue precioso, pero ya no queda nada. Deja que pase el tiempo y serás más feliz.
-Ya soy feliz. Mi día a día me hace feliz. Vencer mis pequeñas metas.
-Pues no lo parece.
-Es lo que tiene la vida: te permite encerrar la tristeza entre cuatro paredes mientras te vistes con una sonrisa. En cambio, la felicidad necesita ser compartida. Gritada a los cuatro vientos. Si no, se enquista y se pudre. O simplemente coge polvo en una estantería, en forma de copa vacía.
-Ya es muy tarde. Mejor hablamos de esto en otro momento. Buenas noches.
-Buenas noches. ¿Volveremos a hablar algún día? Me refiero en persona... WhatsApp me parece un poco frío desde que nadie me desea las buenas noches.
-Quizás.
-Entiendo. Que duermas bien.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Invierno

Nuestra felicidad era tan profunda como un océano, y nuestros problemas tan ligeros como la espuma.

Nos buscábamos a ciegas, y nos encontrábamos allí, donde nuestras manos detenían el tiempo. Donde los abrazos son eternos. Donde solo las estrellas conocían todos nuestros secretos, a pesar de que los sellábamos en el idioma de los besos.

Hablábamos de temas sin importancia, como del resto del mundo, y nos contábamos al oído cosas que, por mucho que las gritásemos, solo nosotros éramos capaces de entender. Nos mirábamos despacio, y nos amábamos deprisa. Y de tan deprisa que nos amamos, nos gastamos y nos quemamos, hasta que finalmente, nos apagamos. Donde antes prendió una llama, solo quedaron ascuas; y más tarde, cenizas que volaron con el viento, dejando a los recuerdos como únicos testigos de que ocurrió.

Y finalmente, la lluvia. Y el frío. No ese frío que se combate con mantas y agua caliente, sino un frío que nace en el corazón, que por mucho que te abrigues nunca es suficiente y solo es capaz de mitigarse con besos, abrazos y nuevas esperanzas. Pero en mi corazón llueve, y cuando llueve mucho, las esperanzas terminan pudriéndose como hojas de un libro viejo del que me veo obligado a pasar página. Y es difícil, muy difícil, pasar página cuando aún no te has cansado de leer siempre las mismas líneas.

Empezamos.

Después de tres años sin usar Blogger, he decidido rescatar esta cuenta para publicar algunos de mis textos o dibujos. Como tengo varios en cola, los iré publicando poco a poco para mantener una actividad más o menos constante en el blog. (Como bien saben los que me leían por Facebook, y pronto comprobarán los nuevos lectores, no me dedico a ninguna de estas dos cosas regularmente, y en consecuencia, puedo pasarme meses sin escribir nada).

Es por eso que mi mayor reparo a la hora de iniciarme como "bloggero" era, y sigue siendo, la responsabilidad de mantener el blog en condiciones, actualizarlo regularmente y no abandonar el proyecto a medias, como la mayoría de cosas que hago en esta vida (os podéis imaginar el desastre que soy en ese aspecto).

Una vez aclarado este punto, os doy formalmente la bienvenida a mi blog, en el que compartiré muchas de las cosas que escribo por las noches y que suelen girar en torno a una misma temática. Supongo que habrá gente a la que le gusten, y gente a la que no. En cada entrada estará habilitado un espacio para publicar vuestros comentarios (siempre desde el respeto, en consonancia con la atmósfera del blog). Podréis opinar, criticar, darme nuevas ideas...¡lo que queráis! Os invito a compartir vuestro nombre cuando lo hagáis. Para mí sería importante saber quienes me leéis y con qué frecuencia.

Y sin otro particular, recibid una afectuosa bienvenida al Club de la Madrugada. Os espero.