viernes, 10 de enero de 2014

Fuerte

Por fin había llegado. Lejos, muy lejos. Mucho más de lo que nunca se aventuró a imaginar. Nadie podía alcanzarle en su reino de hielo. Y finalmente, más allá de sus recuerdos, había encontrado la paz: entre la neblina y la escarcha, el frío. Los inviernos largos. Él dejó de escribirle: fue entonces cuando creyó que era fuerte. Invulnerable, indestructible. Ingenuo. ¿De verdad lo era? Veréis, yo una vez también creí ser fuerte…hasta que apareció ella.

Era una noche de diciembre, y ahí estaba yo esperándola en la calle. No tardó mucho en aparecer a lo lejos. Venía andando, y conforme se iba acercando, lamenté haberla mirado a los ojos. Creo que esa fue la primera vez que la besé, aunque solo fuese con la mirada. Tengo que decir que soy un poco inútil en estas cosas: “puedo escribir los versos más tristes esta noche”, y sin embargo, apenas fui capaz de decirle “hola”. Me pidió perdón por hacerme esperar, mientras yo me moría de ganas de decirle que ella no llegaba tarde. Si eso el resto del mundo, que tardó tanto tiempo en llevarme hasta ella. ¿Cómo una luz tan brillante pudo pasar tan desapercibida? Me desconciertas, pequeña: tan sencilla y a la vez tan compleja. Contigo no sé si avanzar o retroceder, si acercarme o alejarme, si hablarte o quedarme callado mirando tu fotografía mientras te escribo estas líneas. Es increíble lo rápido que se pasan las horas cuando te tengo cerca, incluso cuando estabas al otro lado de una pantalla a miles de kilómetros de aquí. ¿Qué importa la distancia en un mundo donde nuestros muros más altos están hechos de silencio? Contigo me asaltan las dudas y me ahoga la espera. Y qué bonita manera de ahogarse de nuevo en algo que no sean promesas rotas. No sé si me explico, pero si algún día lo entendéis, buscadme en el fondo.