Sabes que es el final, cuando te quedas sin versos.
Sabes que es un comienzo, cuando ya no duelen sus besos. Cuando tus palabras ya
no dicen lo que la razón grita. Cuando ya nada quema porque el corazón se
enfría. Sabes que es el fin, cuando amaina la tormenta. Cuando el temporal se
vuelve brisa. Cuando las lágrimas se convierten en risa. Así es la vida, que va deprisa. Sabes que arriesgarse
es hermoso, y a la vez letal. Que hasta el sentimiento más puro es intenso pero
frágil como el cristal. ¿Qué me dices del placer de
poder olvidar y mirar a los ojos a la realidad? ¿Qué hay de esas musas que te
impedían estar vivo cuando todas tus excusas se convertían en motivos? Se marcharon con el invierno, que
cuando se torna tierno
derrite poco a poco el hielo. Despierta: deja que el drama deje tu cama para
escaparse por la ventana. Recuerda: olvida. Y escucha, que ser feliz está en los matices: en ponerle
mil colores a tu escala de grises. Porque al sumar las heridas y restar las
cicatrices, si divides entre dos, solo quedan momentos felices. Y es que en
esta locura que todo lo cura ambos tenemos parte de culpa: suena paradójico
pero todo parece más lógico cuando me contradigo, no sé si me explico. Porque
al final te quedas con las cosas buenas, mientras que las penas se desvanecen y
vuelan; aunque estas rimas, en el fondo, todavía duelan.
Por suerte, este es el último dolor que ella me causa, y estos
los últimos versos que yo le escribo.